jueves, 9 de julio de 2009

¿Qué ha hecho Italia para merecerse a Berlusconi?

La crónica de hoy, 26 de junio de 2009


¿Qué ha hecho Italia para merecerse a Berlusconi?

Titula The Times: “Italia se encuentra en estado de emergencia moral”; escribe The Independent: “Más allá de las fronteras de Italia, sería inconcebible que un líder se comporte como un emperador de la antigua Roma sin pagar graves consecuencias políticas”; por su parte, un punzante The New York Times se permite comparar las residencias de Silvio Berlusconi con la mansión de playboy, mientras, El País alerta que “la sombra de la cocaína planea sobre Berlusconi” y hasta el Financial Times advierte con rotundidad que el primer ministro “es un peligro para Italia”.

Son sólo algunos de los comentarios aparecidos en los últimos días en la prensa internacional sobre el escándalo que persigue a Silvio Berlusconi, desde que su mujer, Verónica Lario, denunciara públicamente que lo abandonaba porque estaba harta de que coqueteara con “velinas”, como se llaman a esas actrices y modelos de categoría B que acabaron en programas de variedad de los canales de televisión del magnate y que éste, en un claro insulto a la madurez democrática de los italianos, se atrevió a apoyarlas como candidatas de su partido al Parlamento Europeo.

Ninguno de los graves comentarios arriba mencionados están fuera de la realidad, empezando por la bajeza moral del mandatario, quien ofendidísimo con su todavía mujer llegó a exigirle una disculpa en público por haberle llamado “emperador rodeado de chicas para su divertimento”; “y aún así —remató Berlusconi— no sé si la perdonaré”. Su falta de respeto a la mujer con la que convivió casi 30 años y le dio tres hijos, llegó al extremo de recurrir a su sumiso conglomerado de periódicos, revistas y televisoras para manchar su honor, acusándola de ser ella la que rompió el matrimonio al cometer adulterio.

Creyó Berlusconi, efectivamente, que era intocable y que él, que fue capaz de maquillar las cuentas de sus empresas para pagar menos al fisco y, cuando empezó a ser investigado, compró a un testigo para que mintiera en juicio a su favor; que fue capaz de inventarse leyes para arroparse descaradamente de inmunidad y que fue capaz de manipular sus medios de comunicación para ocultar denuncias en su contra y atacar a sus adversarios, volvería a salirse con la suya. Lo cierto es que los italianos lo han ido perdonado pese a esta acumulación de casos de corrupción y le han otorgado a su partido derechista cómodas victorias electorales, al tiempo que seguía siendo bendecido por el cuarto poder: la Iglesia (en el resto de las democracias occidentales el cuarto poder sería la prensa, pero en Italia está casi toda controlada o sometida al primer ministro).

Todo esto, hasta ahora, hasta que aparecieron las escandalosas fotos de chicas, casi adolescentes, en las fiestas que montaba en la residencia oficial del primer ministro en Roma y en su villa veraniega en Cerdeña. Y todo empezó por incumplir Berlusconi la promesa de ayuda económica que hizo a Patrizia D’Addario, una prostituta de lujo que, despechada, declaró haber sido parte de “harenes” donde el mandatario era “el único jeque”, y de haber cobrado por quedarse de noche en sus casas, reconvertidas en mansiones playboy.

La bola de nieve no ha parado desde entonces y en los juzgados se acumulan declaraciones, fotos y cintas de video aportadas por algunas de las chicas reclutadas por el hasta ahora único imputado, el empresario Gianpaolo Tarantini, amigo del mandatario y acusado de proporcionarle las chicas para las fiestas y al parecer también la droga.

Son demasiados escándalos para que pueda ser digerido al menos por la clase media y alta italiana que se confiesa católica.

Pero Berlusconi está tranquilo y no sólo por la sangrante ausencia de un verdadero líder opositor que ilusione a los italianos que repudian a Berlusconi. Ayer, risueño y confiado, dijo: “No cambio, los italianos me quieren así”. Y debe ser cierto a tenor por lo ocurrido momentos antes, cuando en una visita a las obras de reconstrucción en L’Aquila dijo a los obreros: “Si todo va bien les traigo bailarinas, a las menores, porque de otro modo nos tomarán por homosexuales”.

¿Quieren saber ahora qué se merecen los italianos el primer ministro que tienen? Basta con oír la respuesta que le dio uno de los obreros a Berlusconi: “¡Traigas a las chicas y nosotros nos las llevaremos a casa!”